Honduras es una nación multicultural y plurirracial. Somos una mezcla de pueblos y culturas y una gran variedad de grupos étnicos ha dejado profundas huellas entre nosotros.

          En el amanecer de la historia, éramos lencas, maya-chorties, chorotegas y nahuatl, venidos del Norte, y tolupanes, pech y tawhakas, que llegaron del Sur. España nos trajo españoles, portugueses, italianos, holandeses, franceses, irlandeses e ingleses. Durante la Colonia llegó también una muchedumbre de África, y desde principios del siglo XVII, numerosos negros fugitivos arribaron a las costas del Noreste para mezclarse con los indígenas locales, de cuya amalgama étnica surgieron los zambos miskitos o mosquitos. A fines del siglo XVIII se enriqueció nuestra cultura con numerosos “negros caribes”, los garinagu o garífunas, que llegaron a Roatán desde la isla de San Vicente. Casi a la vez, España introdujo ex-esclavos de Haití, y colonos de Canarias, Galicia y Asturias, todos ellos para repoblar nuestras costas caribeñas y frenar la ocupación británica. En los tres siglos coloniales, gentes de muchas partes del globo hundieron raíces en nuestro suelo. La Colonia sentó las bases de nuestra pluralidad cultural y de nuestro mestizaje biológico.

          Desde temprano en el siglo XIX, en el umbral de nuestra vida republicana e independiente, y cuando empezábamos a construir nuestra nación, todavía éramos muy pocos. José Cecilio del Valle, convencido de que para poblar a Honduras urgía introducir a inmigrantes blancos, propuso atraer a norteamericanos y europeos, y estos empezaron a llegar (aunque en cantidades mucho menores que los de orígenes nacionales no esperados) en busca de oportunidades en la minería o en otros negocios.

          A  medida que avanzada la segunda mitad del siglo, respondiendo a las políticas migratorias de los distintos gobiernos hondureños, sobre todo desde 1876, gracias a las Reformas Liberales de Soto y de Rosa, empezamos a recibir inmigrantes de distintas partes de Europa, sobre todo de Inglaterra  y de las naciones del Oriente Medio, en su gran mayoría árabes y palestinos. Los árabes y palestinos se concentraron en San Pedro Sula y en torno al mercado de las bananeras, y continuaron llegando, hasta convertirse desde la década de 1930 en un poderoso factor económico, social y político. Desde entonces hasta ahora, en un proceso que no cesa, se mezclaron cultural y biológicamente con los hondureños hasta hacerse indistinguibles de cualquiera de nosotros.

          A esta oleada migratoria pronto empezaron a agregarse inmigrantes de la China, cuyo número empezará a aumentar desde principios del siglo XX, aunque ya desde el siglo XVII, en  tiempos de la Colonia, habían llegado unos pocos, como Fong-Tin, el antepasado de los Fortín, establecidos en Yuscarán.

          También, desde finales del siglo XIX y a todo lo largo del siglo XX, nuestras tierras atrajeron por millares a salvadoreños, nicaragüenses y guatemaltecos, en búsqueda de oportunidades o empujados por la necesidad, los horrores de la guerra, o la falta de tierras.

          Entre fines del siglo XIX y principios del XX, las bananeras empezaron a atraer a inmigrantes norteamericanos, que a su vez introdujeron como mano de obra multitudes de negros de las Antillas inglesas, sobre todo de Jamaica y Belice. Para esos mismos años, hasta la década de 1930, numerosos inmigrantes alemanes se establecieron en el sur de Honduras, acaparando los negocios, aunque pocos permanecieron, presas del clima anti-germánico de la Segunda Guerra Mundial.  Y desde las primeras décadas del siglo XX, víctimas de persecuciones antisemitas en Rusia y luego en la Alemania nazi, llegaron a Honduras numeras familias judías de la Europa Central y Oriental, y sobre todo de Alemania.

          Atraídos por las ventajas que ofrecía nuestro país, o escapando a la adversidad, muchos de los emigrantes que vinieron de tantas partes del mundo, se quedaron entre nosotros para enriquecer nuestra cultura y diversificar aún más el mestizaje. Las minas de plata, cultivos como el banano y el café, y diversas oportunidades de negocio que se abrían en el mercado interno, jalonaron a Honduras hacia nuevas etapas de modernidad, a la vez que le trajeron una gran diversidad cultural e intenso mestizaje.

          Nuestra identidad nacional se ha nutrido no sólo de historia, sino también de esa multiplicidad cultural.  Este proceso ha tenido distintos ritmos e intensidades a lo largo del tiempo, pero no ha cesado y continúa sin pausa en nuestros días. Hijos o nietos de extranjeros de todas partes del globo, tenemos el rostro, la piel, y el alma de nuestros ancestros y de esa fusión de etnias, historia y cultura se ha forjado y continúa forjándose y enriqueciendo nuestra identidad nacional.