La sofisticación técnica de la cerámi­ca pintada del Clásico maya no tiene pa­ralelo en ninguna otra cultura del mun­do. Los ceramistas mayas modelaban a mano las vasijas, añadiendo pequeños ro­dillos de barro a una base con forma de tor­tilla hasta obtener piezas simétricas de pare­des muy delgadas. Aunque es cierto que en muchas culturas se ha utilizado este tipo de pintu­ra, ninguna supera a la maya en el gran pulimento de las superficies, la amplia gama de colores y su exquisito terminado.

 

Entre los mayas de Copán, el arte de la pintura se utilizaba para decorar las paredes de los edificios importantes. Como los dinteles y los tableros de paredes esculpidos, estas decoraciones obviamente se hacían para los residentes de estos edificios de la élite, y eran inaccesibles para el público. Pocos de ellos han resistido los embates del tiempo, y sólo subsisten vestigios como es el caso de Rosalila.

Había varios rojos que iban desde un púrpura opaco hasta un anaranjado brillante. En el trazo preliminar se usaba mucho un color ca­nela cobrizo, mientras distintas mezclas de rojo con blanco opaco producían diver­sos rosas. Los amarillos variaban desde un verdoso pálido hasta un amarillo oscuro. Mezclando amarillo y negro se obtenía un pardo oscuro.

 

Además de la gama de colores se ha considerado que lo más importante de la pintura de Copán es la capacidad de síntesis. Para el caso, encontramos figuras de animales presentados por medio de una idea simbólica como el ojo, las fauces o el movimiento que tipifica a la figura representada, aun cuando también hay pinturas sobre las vasijas de cerámica y existe una expre­sión pictórica que es complemento de la arquitectura, de la escultura y, en defini­tiva, del sentido de ornamentación que poseían, sobre todo los pueblos Mayas que habitaron en la zona noroccidental de la actual Honduras.