PANEL 1 (A) LOS PRIMEROS EN LLEGAR
Según los restos más antiguos encontrados, la presencia del ser humano en Honduras se remonta a no menos de 11 mil años, aunque es probable que los primeros hombres hayan llegado mucho antes, tal vez hace 12 mil o 15 mil años. En la Era Cuaternaria, cuando abundaban los glaciares y los mares estaban congelados, se creó un corredor seco entre Asia y América, por el Estrecho de Bering, que aprovecharon los primeros hombres para cruzar hacia nuestro Continente. Las teorías más aceptadas sostienen que esto empezó a ocurrir hace entre 30 mil y 20 mil años, cuando ya el hombre prehistórico de Asia había desarrollado suficientes habilidades para recorrer grandes distancias, sobreviviendo de la caza o la pesca.
Estos hombres prehistóricos avanzaron lentamente, en pequeños grupos y sucesivas oleadas migratorias. Según el arqueólogo alemán Haberland, los primeros inmigrantes asiáticos llegaron a México y Centroamérica entre los 20 mil y los 15 mil años antes de Cristo. Luego de llegar a Honduras, siguieron avanzando hacia el sur.
Para calcular la antigüedad de los restos dejados por los seres humanos en fechas tan remotas, los arqueólogos utilizan varios métodos, como los niveles estratigráficos y el radiocarbono, obteniendo mediante luminiscencia fechas que indican cuándo los sedimentos encontrados estuvieron expuestos al sol por última vez; o estudian los depósitos de fósiles analizando las cenizas y las rocas cuyo material magnético indica la dirección del campo magnético de la Tierra en el momento en que se endurecieron. Pero también e apoyan en “elementos diagnósticos” o referencias, como las puntas de flecha de lasqueo bifacial en calcedonia tipo Jobo, de hace más de 11.500 años, y puntas acanaladas de tecnología Clovis (por el nombre del lugar donde se han encontrado en Nuevo México, al sur de Estados Unidos), de hace 10.900 a 11.500 años, o bien en puntas de proyectil tipo “cola de pescado”, como la encontrada en la cueva de “El Gigante”, en el municipio de Marcala, departamento de La Paz, Honduras.
En distintas partes de Panamá y Venezuela, se han encontrado puntas Clovis y Jobo, y en Venezuela éstas últimas junto con restos óseos de perezosos gigantes y mastodontes. En la “Cueva de los Vampiros”, en Panamá, hay evidencias de restos humanos de hace unos 11,555 años. En las sabanas de Bogotá y en yacimientos del Tequendama, la presencia humana dejó huellas desde hace 12,000 años. En Lagoa Santa, Santana do Riacho y Pedra Vermella, en el centro de Brasil, se han encontrado restos humanos de hace 11,000 años . En Monteverde, Chile, hay restos humanos de hace 12,500 años. Una fecha aún más lejana la ofrecen evidencias de la presencia humana en Petra Jurada, al nordeste de Brasil, datadas entre 32,000 y 48,000 años. De esa manera, si el hombre pasó primero por Honduras en su largo viaje al sur, es razonable pensar que los seres humanos habría llegado antes a nuestro país, y que a la vez, los grupos que no permanecían y preferían emigrar avanzaban muy rápido.
PANEL 1 (B) LAS CUEVAS O ABRIGOS DE LOS PRIMEROS HONDUREÑOS
Para protegerse de los animales depredadores, o de otros grupos humanos, o de las inclemencias del tiempo, o para almacenar sus alimentos, o para trabajar, o simplemente como lugar de asentamiento permanente, los primeros hondureños buscaban refugio, o se instalaban de manera estable en cuevas o abrigos rocosos, y en Honduras había muchos. Al suroeste de Honduras, entre La Paz e Intibucá, sobre todo en el municipio de Marcala, es decir en territorio Lenca, se han encontrado hasta ahora más de 15 cuevas y abrigos rocosos de este tipo.
Uno de los mejor estudiados, gracias a la magnífica conservación del material arqueológico encontrado, es el albergue rocoso de “El Gigante”, compuesto por varias cuevas, y situado en el municipio de Marcala, La Paz, que empezó a ser estudiado por los arqueólogos entre 1994 y 1998, aunque era conocido por los vecinos desde mucho antes. Basándose en análisis de radiocarbono, los arqueólogos calculan que ya estaba habitado por seres humanos hace entre 10,480 y 11,240 años.
En “El Gigante”, en “La Cueva Pintada” y otros abrigos rocosos, se han encontrado lugares donde se arrojaba la basura, huesos humanos cuidadosamente enterrados, ollas de cerámica, herramientas de piedra, como lascas y utensilios de obsidiana de borde afilado, pero sobre todo pedernal, y rocas silíceas. En las paredes rocosas se encuentran varias pinturas rupestres, como imágenes de manos, patos, monos, lagartijas, perros, figuras humanas, y símbolos abstractos, pintados con pigmento rojo, blanco, castaño, negro, azul y verde. La ausencia de metates para moler maíz hace pensar que sus ocupantes primitivos todavía no lo cultivaban. En su interior hay restos de fogones construidos contra la pared, e incluso paredes divisionarias formando dormitorios o espacios para usos ceremoniales.
Las cuevas eran además fuentes de agua, con manantiales internos o con arroyos o ríos en las cercanías. Situadas en su mayoría en grandes elevaciones (entre 1,200 y 2,000 metros), dominaban desde su posición ríos, valles y montañas lejanas, y sus ocupantes podían observar lo que acontecía a grandes distancias. Eran pues miradores o atalayas, y lugares estratégicos. Desde “La cueva Pintada” se contempla una vista imponente hacia un tributario mayor del Río Chinacla. El paisaje que rodea “El Gigante” es casi idílico: con la impresionante caída de agua de 20 metros del río La Estanzuela, rodeado de pequeños valles bien irrigados por riachuelos y también con una hermosa vista que domina todos los montes vecinos. Sus alrededores son frecuentemente visitados por bañistas y turistas de la vecina ciudad de Marcala, La Paz.
PANEL 1 (C ) RECOLECTORES Y CAZADORES
Cuando llegaron los primeros seres humanos a Honduras, el país estaba habitado por la llamada megafauna: mastodontes, perezosos gigantes (o milodones), gliptodontes, bisontes, mamuts, smilodontes y otros. Todos esos animales desaparecieron en fechas muy próximas a la llegada del ser humano a Honduras, lo que hace pensar que se trata de hechos relacionados. Según otra teoría, el clima fue el principal responsable de que esos gigantes desaparecieran en América.
Se ha calculado que el mamut desapareció hace 12 mil años, el bisonte y el caballo prehistórico hace 7 mil años, y el mastodonte hace 6 mil años. Los paleoindios vivían de la caza y de la recolección de plantas, y en 1962 se descubrieron en La Esperanza, en el Departamento de Intibucá, varias puntas acanaladas, raspadores y lascas de pedernal, similares a las llamadas complejo Folsom, que en México y Norteamérica se han encontrado junto con restos de bisontes y mastodontes. La antigüedad de los objetos de este tipo encontrados en Honduras se ha calculado entre 8 mil y 6 mil años. La desaparición de la megafauna es una de las razones por las cuales el hombre americano no llegó a tener animales de gran tamaño que pudieran domesticarse o usarse para la carga o tracción, con la excepción de las llamas en Perú.
Con el tiempo, estos remotos antepasados hondureños, empezaron a asentarse en valles fértiles, desarrollando una agricultura primitiva, como lo indican los restos arqueológicos encontrados en el valle de Copán, donde vivían pequeñas comunidades dispersas. Estos paleoindios deambulaban por valles y riberas en busca de alimentos, comiendo tubérculos, cazando animales y pescando. Sus instrumentos de trabajo eran simples: hachas de mano, raspadores, percutores y cuchillos fabricados en piedras como el sílex, la obsidiana, el basalto y la cuarcita. Para cazar o atacar a grupos rivales usaban dardos arrojadizos de madera con punta endurecida al fuego. Su organización social era simple, basada en vínculos de parentesco.
Luego, empezaron a domesticar algunos animales y plantas, a hacer inscripciones en piedra (o petroglifos), e inventar nuevas armas como el arco, la flecha y la lanza, la cerámica, y más tarde aprendieron a trabajar los metales.
PANEL 1 (D) EL PALEOHONDUREÑO SE SEDENTARIZA
Hace 1.700 años aproximadamente, los primitivos hondureños ya producían platos, vasijas globulares y ollas que pintaban de rojo o decoraban con incisiones o agregados de barro, como los encontrados en Yarumela, a orillas del Río Humuya, cerca de La Paz. Se cree que estos platos eran para cocinar yuca, y como no se encontraron metates se cree que todavía desconocían el maíz. Su agricultura era rudimentaria, vivían en bohíos con paredes parcialmente cubiertas de barro. En este yacimiento se han encontrado muchas figurillas de cabeza hueca, probablemente objetos votivos, lo que sugiere una religión elemental. Los yorumelas ya vivían en pequeñas aldeas y eran básicamente sedentarios.
Pero los hondureños siguieron evolucionando, y 500 años más tarde su cultura daba muestras de mayor sofisticación. Según los restos culturales de hace unos 1.100 años descubiertos en Playa de los Muertos, a orillas del Río Ulúa, cerca de La Pimienta, sus habitantes se encontraban, en efecto, en un estadio más avanzado que los yorumelas: cultivaban el maíz y otras plantas, domesticaban abejas para producir miel, poseían una cerámica más elaborada, y tenían una vida religiosa más compleja, como lo sugieren las numerosas figurillas de barro sólidas modeladas a mano y muy lustradas. La jerarquización de las sepulturas sugiere una estructura social más diferenciada. Los restos humanos encontrados evidencian gran homogeneidad en sus rasgos craneales y faciales. Esta uniformidad física hace pensar que eran hondureños ya establecidos y arraigados.
Varios cientos de años más tarde, estas humildes aldeas agrícolas se convertirían en una de las grandes civilizaciones de Occidente. Esta civilización se extendía desde Yucatán a Honduras y llegó a tener no menos de cuatro grandes capitales populosas e impresionantes. Alcanzó en su punto máximo una población de 8 a 10 millones de habitantes, cubriendo una extensión de 800 por 400 kilómetros con un área de cerca de 320,000 km².