La nación es entendida aquí como un cuerpo de personas lo suficientemente grande que se consideran a sí mismos miembros de una entidad que corresponde a un cierto territorio estatal moderno de tal manera que hay congruencia entre la unidad nacional y política (Kohl 1998:226). Lo ocurrido en otras partes en el siglo XIX puede aplicarse muy bien a Honduras, es decir que cada estado-nación emergente tenía que construir su propia identidad nacional, lo cual requirió de un activo olvido o mal recordar y del redescubrimiento o invención de su pasado. En consecuencia, la asociación entre el desarrollo de la arqueología y la construcción de la nación fue tan obvia que se mantuvo en gran parte sin cuestionamiento a través de todo el siglo XIX y la mayor parte del XX; las raíces de los países fueron extendidas hasta la nebulosa del pasado prehistórico (Kohl 1998:228).

Otro concepto importante es el de etnicidad. En términos modernos se parte del entendido que “…un grupo es un ethnos distintivo cuando se considera a sí mismo como tal y es considerado como tal por otros grupos…” Este atributo de categorización es el más importante rasgo para el cual no existe necesariamente un correlativo con la cultura material. Estas perspectivas modernas insisten en que los grupos étnicos se encuentran en constante cambio; la etnicidad, como cultura, nunca está terminada, sino que siempre está “haciéndose” o “desapareciéndose” (Kohl 1998:231). Por otra parte, la “etnogénesis es solamente un asunto relativamente menor asociado con el comienzo o formación inicial de un grupo étnico; mucho más significativos y complejos son los cambios que un grupo experimentará a través del tiempo ‒su etnomorfosis” (Kohl 1992 en Kohl 1998:232).

Al parecer, una lectura de corte nacionalista del pasado ‒que también se ha dado en Honduras‒es identificar las entidades definidas por los arqueólogos, particularmente las culturas arqueológicas, en cuanto a un grupo étnico como ancestro de la nacionalidad o de la nacionalidad de interés a que se aspira. En nuestro propio caso este grupo mitificado serían los mayas en su versión clásica. Sin embargo, es importante dejar claro que las culturas arqueológicas y los grupos étnicos modernos no son sinónimos. Al respeto dice Kohl que el sentido de sí misma que tiene la gente ‒quiénes son y qué han hecho‒cambia continuamente y no puede ser mantenido a través de los siglos, no digamos milenios (1998:239).[1]

Dado estas premisas, podemos decir, apoyándonos en Kohl que

a)     la construcción del pasado nacional de un grupo no debería suceder a costa de otros;

 

b)    todas las tradiciones culturales deben ser reconocidas como dignas de estudio y respeto

 

c)     la construcción del pasado nacional no debería hacerse a costa del abandono de la perspectiva de nuestra humanidad común y pasado y futuro compartido (1998:243).


[1] Para una demostración de cómo actúan los procesos de identificación en el “tiempo largo”, se podría partir del término “ladino” desde su uso en la España medieval hasta el presente.