La reforma liberal fue un movimiento latinoamericano, en el último cuarto del siglo XIX. Sus tendencias coinciden; en Centro América entró vía México y a Honduras vía Guatemala. Seguidores de la revolución liberal que implantó la reforma y de su líder Justo Rufino Barrios, fueron los hondureños Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa, quienes se hicieron cargo del gobierno de Honduras en 1876.

La reforma, emprendida por este gobierno, organizó las rentas estatales lo cual comenzó a darle solvencia al Estado; bajo la influencia de la filosofía positivista, se estableció un sistema educativo dividido en enseñanza primaria, media y universitaria; se abrieron escuelas para niñas y escuelas mixtas, se crearon pues no existían institutos secundarios y la Universidad pasó a ser dependencia estatal. Todo esto bajo el lema constitucional de educación laica, gratuita y obligatoria.

Se pacificó el país, habiendo sido ajusticiados por conspiración el General José María Medina, notorio organizador de movimientos armados, y el conspicuo revoltoso Calixto Vásquez, apodado Corta Cabezas.

La reforma le puso fin a la vieja disputa con la Iglesia. Se separó la Iglesia del Estado, se suprimieron los diezmos y el fuero eclesiástico, se secularizaron los cementerios y se permitió el divorcio y el matrimonio civil. Siguiendo el modelo prevaleciente, se impulsó una economía de exportación, pero en Honduras, a diferencia de los países vecinos, el café no obtuvo el rol primordial; basándose en la tradición colonial hubo un auge de la minería, esta vez con capital extranjero, sobresaliendo la Rosario Mining Company, que localizada en San Juancito, llegó a ser uno de los negocios más prósperos de Latinoamérica. Las inversiones mineras fortalecieron el rango de Tegucigalpa como capital de la nación, condujeron a la fundación del primer banco -el Banco de Honduras- y le dieron gran relieve a Amapala como puerto de salida del mineral. En 1911, el modelo de exportación en Honduras cambió de la minería al banano.

Por presiones de Barrios, su mentor guatemalteco, Soto y su ideólogo Ramón Rosa tuvieron que dejar el poder en 1883 no sin antes haber cumplido una labor de organización del Estado de Honduras, que prevaleció en las décadas posteriores.