PANEL 4 (A) LA HERENCIA URBANA OCCIDENTAL

            El instrumento más efectivo utilizado por los españoles para la organización y control colonial fue la ciudad. Esto explica que en muy poco tiempo se fundaran las principales ciudades hondureñas: Puerto Caballos en 1524, Trujillo en 1525, Xerez de la Choluteca en 1534, San Pedro Sula en 1536, Gracias a Dios en 1536, Nueva Valladolid de Comayagua en 1537, San Jorge de Olancho en 1539, y finalmente, Tegucigalpa, en 1579.

            El esfuerzo fundacional fue realmente notable, pero así fue como se hizo en todas las demás colonias españolas del Nuevo Mundo, ya que la ciudad constituía un elemento decisivo en el gran programa colonizador: hacia 1580 ya se habían fundado al menos 230 ciudades permanentes y en1630 ya existían 330 en todo Hispanoamérica; este proceso disminuyó durante el siglo XVII, pero volvió a acelerarse nuevamente en la segunda década del siglo XVIII.

            El patrón urbano respondía a un modelo que se remontaba a la época de Pericles (495-429 a.C.), quien le encargó al arquitecto Hipódamo de Mileto que fundase ciudades con un sentido de orden. La fórmula que ideó Hipódamo fue un trazado urbano en forma de tablero de ajedrez o reticular, con aspecto de parrilla, que también ha sido llamado hipodámico, en honor a su creador. Así se trazaron, primero Esmirna y luego Mileto,

            El modelo hipodámico fue imitado por Roma en sus campañas militares, y cuando establecía castros o campamentos los organizaba en forma de parrilla, a partir de una gran cruz central, el Cardus Maximo y el Decumanus Maximo, que eran las dos calles principales a partir de las cuales se desarrollaba luego el tejido urbano en calles paralelas a cada calle mayor, o máxima. Esta cruz axial estaba orientada hacia los cuatro puntos cardinales.

 

PANEL 4 (A bis)

LA CIUDAD ARQUETÍPICA COLONIAL

            España a su vez heredó esta experiencia y replicó el modelo, aunque aportando una innovación: la plaza mayor, en torno a la cual se erigiría la iglesia, el cabildo como órgano de poder local, y si era capital o sede de Audiencia o Virreinato, el edificio correspondiente. En medio de la plaza mayor debía colocarse el rollo o picota, como el que todavía se conserva en Comayagua, y en torno a la plaza construirían sus casas los miembros de la élite.

            Cuando España pobló América, fue este modelo urbano, que ya llevaba siglos de tradición, el que se implantó, repitiéndolo una y otra vez a lo largo de su vasta geografía. Así fue como se fundaron las ciudades coloniales hondureñas. La experiencia de recorrer las viejas calles coloniales de Gracias, Comayagua o Choluteca, todas ellas orientadas según los puntos cardinales,  con su característico trazado en forma de parrilla, y su plaza mayor, debe hacernos evocar la riqueza de nuestra herencia urbana occidental que ahora es parte de nuestro patrimonio cultural.

PANEL 4 (B) LA CIUDAD HONDUREÑA DE LA COLONIA

            El imperio español  instituyó  Ordenanzas municipales de carácter general para que las ciudades y las construcciones urbanas (sobre todo las viviendas y los edificios públicos) se hicieran de acuerdo a modelos establecidos. Para las Casas Reales, Aduanas y  Cabildos hizo circular en el siglo XVI una “montea” o fachada según el modelo del alarife sevillano Hernán Ruiz, con arquería de soportales, galería alta y techo de tejas a dos aguas. Según las Ordenanzas, las viviendas situadas alrededor de las plazas debían tener amplios portales para facilitar la circulación de los peatones y protegerlos de la intemperie.

            Sin embargo, algunas ciudades hondureñas tuvieron sus propias características, ya que no siempre se sometieron a esta política de ordenamiento. En pueblos de españoles fundados en el siglo XVI, como Gracias, no se encuentran estos portales reglamentarios. En Choluteca y Comayagua en cambio, no son raros los amplios soportales en las casas que rodean la playa mayor. Pero son la excepción. En todas estas ciudades predominan las aceras estrechas y los tejados asoman a la calle apoyados en breves canes de madera. En ciudades como Gracias, son frecuentes las paredes exteriores cuyas bases se apoyan en contrafuertes o estribos que restan espacio a las aceras hasta hacerlas desaparecer por completo.

PANEL 4 (C ) LA ARQUITECTURA DOMÉSTICA DE LA CIUDAD ESPAÑOLA HONDUREÑA

            Una característica de la arquitectura hondureña en las ciudades de españoles es el predominio de las casas con esquinas ochavadas. Los canes del tejado fueron sustituidos en el siglo XVIII por pretiles de mampostería que se levantaban como un pequeño muro en lo alto de las fachadas, y empezaron a introducirse en otras partes del imperio español con objeto de evitar que el fuego se pasara de una casa a otra a través del maderamen de los canes y de la techumbre. Las fachadas de algunas casas del siglo XVIII avanzado y principios del XIX, siguiendo un patrón neoclásico, tienen esquinas de rafa sillar, y son característicos los dinteles y las jambas de piedra que hacen las veces de gran marco del vano, tradicionalmente pintados de un tono oscuro (aunque también los hay pintados de color claro).

            Sin embargo, en algunas ciudades secundarias, como Yuscarán, no faltan casas y edificios públicos, incluso modestos, donde las puertas principales aparecen flanqueadas por columnas de piedra de inspiración neoclásica. 

            En todas estas ciudades también son típicos los amplios patios con sus corredores internos,  donde el tejado cae hacia adentro apoyándose en zapatas sobre pilastras y en los que pocas veces falta el pozo. En las casas coloniales de cierta importancia en Gracias, Comayagua, Choluteca, y Tegucigalpa, o que gozaron de prosperidad comercial  y que necesitaban un corredor exterior, como en Camasca, Quezailica y Pespire, también son comunes las zapatas sobre pilastras.

            Son raras las casas coloniales de alto. En pueblos mineros fundados en fechas posteriores, como Yuscarán, Cedros u Opoteca, se observan las mismas características, aunque debido a su desarrollo un tanto espontáneo y a la  inclinación del pavimento, sus calles son estrechas y retorcidas, ignorando el clásico trazado reticular. En estos pueblos mineros los empedrados de losas son más frecuentes que de canto rodado.

            En el interior de las casas coloniales son típicas las alacenas empotradas en las gruesas paredes, cuya característica predominó hasta el siglo XIX, como las que se observan en la Casa Fortín, en Yuscarán. En las casas situadas en lugares fríos las cocinas solían tener hornos y cocinas de barro internos, mientras que en los lugares cálidos los hornos se construían al exterior, como todavía puede observarse en muchas viviendas de la época.

            El material más usado en la construcción era el adobe o moldes de barro combinados con zacate para darles consistencia. Las casas de familias acomodadas solían ser de ladrillo, con pisos de ladrillos cuadrados y techo de teja. Las casas de adobe solían tener techo de teja y pisos de ladrillos, aunque no siempre. Sólo las casas más humildes se construían de bahareque, atando los trozos de madera con lianas, y luego aplicando el embarrado. Estas casas humildes tenían casi siempre techo de paja y piso de tierra. Estos tres tipos de construcción doméstica los encontramos también en los pueblos de indios.

            Honduras posee un excepcional patrimonio arquitectónico y todavía es mucho lo que se conserva en pie. Pero para poder apreciarlo y protegerlo, antes de que su pérdida sea irreversible, es necesario conocerlo, lo que reclama con urgencia fortalecer  su valoración con nuevos estudios de los especialistas y eruditos.

PANEL 4 (D) PUEBLOS DE INDIOS

            Con el propósito de proteger a la población indígena ya sometida,  facilitar su control y evangelización, y para que como fuerza laboral pudiera integrarse efectivamente al sistema económico colonial, España congregó a los indígenas en pueblos de indios, o reducciones indígenas, y creó la República de Indios (para distinguirla y separarla de la República de Españoles), con su propia organización e instituciones de autogobierno, aunque calcadas de modelos españoles, como eran los cabildos indígenas. Al crear estos pueblos de indios, se les concedían usualmente ganado vacuno y semillas, y un territorio propio de unas  dos leguas (o diez kilómetros) a la redonda, que explotarían con bastante autonomía, destinando una porción de lo que producían para los encomenderos españoles, según una cuota establecida, y reservándose el resto para su propio consumo.

            Los pueblos de indios estarían separados de los pueblos, villas y ciudades de españoles, y generalmente la única presencia española era un cura o un fraile. Pero como uno de los objetivos era incorporarlos al sistema económico de la colonia, a veces en lugar del cura o el religioso  se les asignaba un perito agrícola para que les enseñara a cultivar o a criar las plantas y animales importados de España.

            Al cabo de una o dos generaciones, los pueblos de indios se hispanizaban, olvidando su lengua nativa y muchos rasgos de su cultura ancestral. Esto era el resultado del  mestizaje biológico y cultural que trajo consigo la Conquista. De hecho, su hispanización y consecuente cristianización era debido sobre todo al mestizaje, como ocurrió en otras partes de América. Debido al intenso mestizaje, ya para el siglo XVIII estos pueblos dejaron de considerarse como tales “pueblos de indios”. Pero todavía entonces permanecían a cargo de curas seculares dependientes del obispo. Estos sacerdotes ejercían un gran ascendiente sobre los indígenas, constituyéndose en la práctica en su máxima autoridad, carácter que aún conservaban en el siglo XIX.

PANEL 4 (E) URBANISMO Y ARQUITECTURA DOMÉSTICA DE LOS PUEBLOS DE INDIOS

            Los pueblos de indios eran morfológicamente una versión en miniatura de los poblados españoles. Su trazado era reticular, quedarían orientados hacia los puntos cardinales, tendrían una plaza mayor con su Cabildo y su iglesia, y el rollo, horca o picota para castigar a los delincuentes a la vista del público. En muchos de estos pueblos el empedrado de las calles era de losas, no de canto rodado. También en ellos era común la construcción de adobe con techo de teja o de paja y pisos de ladrillos cuadrados, o solo de tierra.  Pero era igualmente común la humilde casa de bahareque con piso de tierra y techo de paja.

            En pueblos antiguamente de indios se observan en la actualidad muchas casas con esquinas ochavadas. Son frecuentes los vanos con dintel, pero no faltan los que se encuentran bordeados por marcos de piedra. Raras veces se observan aceras y portales, y el sobrado de los techos que asoman al exterior se apoya sobre canes.

            En algunos de los primeros pueblos de indios fundados en el siglo XVI, como Ojojona, destaca una particularidad: las enormes y elaboradas zapatas que servían de soporte al techado en los corredores  frente a las casas, como la conocida como La Casona, de la familia Zelaya, destruida por el fuego, y de la que cuelga una placa que dice fue construida en 1723. Este tipo de zapatas constituyen, al parecer, una peculiaridad típica de nuestro país.

PANEL 4 (F): ENCOMIENDAS, ESCLAVOS NEGROS Y REPARTIMIENTOS

            Para integrar al indio al sistema económico a fin de aprovecharlo como mano de obra, se crearon en la América española la encomienda indígena y los repartimientos. llamados en otras partes mita, o cuota, por la cantidad de obreros reclutados que se asignaba a los poblados para obras públicas, la minería, u otras actividades productivas. Ambas eran formas abusivas de explotación laboral. Para comprender la eficacia  o vigencia de estas dos formas de organización laboral es necesario relacionarlas con la escasa población indígena que sobrevivió a la Conquista y a la progresiva disminución de la mano de obra nativa, que se encontraba reducida para principios del siglo XVII a solo 25,000 personas.

            En el sistema de encomienda, los indígenas quedaban congregados en pueblos exclusivamente indígenas, aunque asignados a vecinos españoles a los que debían entregar gallinas, maíz y otros productos, según una cuota preestablecida. Al principio, a partir de 1536, cuando Pedro de Alvarado distribuye las primeras encomiendas y aún la población indígena era numerosa, pudieron repartirse varios miles de indígenas, resultando la encomienda el principal instrumento de organización laboral. Pero para el último cuarto del siglo XVI, al decaer la población aborigen, la encomienda había perdido importancia. Para las décadas de 1570 a 1580 apenas quedaban entre diez y veinte encomenderos (algunos textos hablan de solo dos).

            Fue a causa de esta despoblación que desde las décadas de 1530 y 1540 empezaron a introducirse esclavos negros de África con objeto de suplir la carencia de mano de obra, sobre todo en los ríos con mineral aurífero recién descubiertos. Ya en 1537 había veinte cuadrillas de veinte esclavos trabajando en los tributarios auríferos del Río Chamelecón, y en 1543 trabajaban cerca de 1,500 esclavos negros en la región del Río Guayape. Pero los esclavos eran caros y faltaba capital para comprarlos, de modo que la esclavitud africana fue apenas un paliativo laboral. De hecho, cada vez fueron menos los esclavos que trabajaban en las minas y el trabajo empezó a recaer de manera creciente en los indios y más tarde en los mestizos y mulatos.

            A partir de 1601, debido a la escasez de mano de obra, fue necesario pasar del régimen de encomiendas al de repartimientos, y la encomienda muy pronto languideció hasta desaparecer del todo. Según el régimen de repartimiento, el indio permanecería en los pueblos de indios o doctrinas, pero las autoridades españolas le asignaban a cada poblado una cuota rotativa equivalente al cuarto de la población tributaria (incluyendo a indias adultas) para que a cambio de un mísero salario, alimentos, herramientas y las costas del viaje, trabajaran durante un período en las minas, en las haciendas, y en obras públicas como caminos, puentes o la construcción del fuerte de San Fernando de Omoa.

            Pero el resultado de esta forma opresiva de explotación laboral no podía ser muy efectiva, y creaba una situación de profundo malestar entre los indios, ya que debían abandonar a sus familias y  sus milpas, dejándolas sin tener qué comer. En consecuencia, muchos indios de repartimiento se escapaban junto con sus familias, dejando abandonados los centros mineros. Así, eran constantes las quejas de los mineros por “la inopia de operarios”. Sin embargo, hasta fines del período colonial, el sistema de repartimientos se mantuvo en pie como el principal instrumento de explotación laboral del indio.

PANEL 4 (G) IGLESIA Y RELIGIOSIDAD

            La Conquista primero y luego la colonización de América por España, no puede comprenderse sin la evangelización. La conversión de la población indígena americana era consustancial a la obra conquistadora, ya que desde el mismo momento en que se iniciaron los debates sobre la “legitimidad” de la Conquista, quedó establecido cuál sería el “título” que podría ejercer España en el Nuevo Mundo. Este “título” se basaba en las bulas papales de división del mundo, en las que Roma concedía a España estas tierras, siempre y cuando se comprometiera, al para que las conquistaba, a la conversión de los indios americanos a la verdadera Fe.  Las atribuciones y responsabilidades espirituales que de esa manera recaían sobre el monarca español, se conocen como Patronato Regio.

            Así pues, Conquista de tierras y conquista de almas se encuentran, explícita e indivisiblemente atadas desde el mismo comienzo de la presencia de España en América, porque en esa unidad estribaba la verdadera legitimidad de su presencia. Esto explica que en contraste con otras colonizaciones realizadas en el Continente (como la francesa, la inglesa o la holandesa), la española se hiciese, desde el inicio, con la espada y la cruz en alto, abatiendo indios a la vez que salvándolos con la Palabra Revelada. Y es que la conquista espiritual era consustancial a la conquista por las armas.

            Como país conquistador, España no solo implantó sus instituciones y su sistema de gobierno, sino también sus patrones económicos, sus hábitos alimenticios, sus formas de comportamiento social, sus costumbres y prejuicios sexuales, e incluso sus miedos atávicos. Era tan inevitable como necesario que también tratara de implantar sus valores espirituales y por encima de todo su religión.

            Durante el período colonial la vida religiosa invadía todos los aspectos de la existencia cotidiana y la Iglesia gozaba de enorme influencia. En todos los actos públicos de importancia la Iglesia estaba presente, asumiendo a menudo un papel protagónico. Y siendo que la religiosidad lo impregnaba prácticamente todo, era inevitable que se reflejara tanto en la conducta cotidiana, como en la arquitectura y las artes, y que desde muy temprano los pueblos indígenas que eran sometidos fueran sin demora cristianizados.

            Lo anterior explica que la profunda religiosidad del pueblo hondureño sea parte de nuestra idiosincracia nacional, que todos los pueblos de indios que se incorporaron al régimen colonial se convirtieran desde temprano al cristianismo, y que en cada pueblo, por humilde que sea, se encuentren una o más iglesias y capillas, y cada una, ricamente poblada de ornamentos litúrgicos, retablos y pinturas del período colonial, algunas de sorprendente calidad estética.

PANEL 4 (H ). MISIONES, REDUCCIONES O  PUEBLOS DE DOCTRINA

            La incorporación del indio a la cristiandad hizo notables progresos durante el siglo XVI. Ya habían quedado asegurados los territorios del centro, el sur y el oeste de Honduras, y la población indígena de esa zona se encontraba bajo pleno control, sea en régimen de encomienda o de repartimiento, y expuesta a un proceso avanzado de hispanización. Pero aún quedaban vastos territorios son gobernar, habitados por indios ajenos al sistema colonial.

            De esa manera, desde principios del siglo XVII, en Honduras, al igual que en muchas otras partes de América, España inició una segunda etapa en la política indigenista, cuyo propósito era incorporar a los indios aún no hispanizados. Estos indios eran considerados “neófitos”, “infieles” o “gentiles”; eran hostiles a la colonia, o se encontraban en zonas al margen del gobierno y algunas tribus practicaban el canibalismo. A la Corona española le interesaba ocupar la Taguzgalpa, al este de Honduras (comprendiendo gran parte de Olancho, Colón y Gracias a Dios), habitada por pech, xicaques, lencas, “mexicanos”, tawakas y otros grupos, porque en el territorio de Olancho abundaban ricos minerales de oro que urgía explotar y se necesitaba para ello mano de obra barata. Más tarde, cuando empiezan a proliferar los zambos misquitos, a esta necesidad se agregó la de ocupar el territorio para evitar que cayera en manos inglesas. Mientras más indios se congregaban en poblado, por otra parte, mayor era el número de los que tributaban a las arcas reales.

            Con tales propósitos en mente se enviaron a los territorios aún no sujetos a control colonial, a misioneros mercedarios y franciscanos, las dos órdenes religiosas que ejercieron en Honduras,  para que fundaran reducciones indígenas, misiones o pueblos de doctrina. En otras colonias americanas actuaron también los jesuitas, los agustinos y los dominicos.

PANEL 4 (I) LOS PRIMEROS PROYECTOS MISIONALES (1608-1623)

            La labor misionera se inició en Honduras a partir de 1608 y 1612 a cargo de los frailes Esteban Verdelete y Juan de Monteagudo escoltados por el capitán Alonso Daza y 25 soldados. El primer viaje fue un fracaso y los frailes regresaron a Guatemala. Pero el segundo fue trágico. Un grupo de indios jicaques atacó a Daza y se presentó ante Verdelete con su cabeza y las manos cortadas de los soldados ensartadas en lanzas. Verdelete no se acobardó ante este espectáculo de horror y avanzó en dirección a los indígenas, que cayeron sobre los misioneros y sus acompañantes matando a casi todos.

            Ciertos documentos señalan que algunas víctimas sirvieron de alimento a los xicaques y que usaron sus cráneos  para beber chicha, una costumbre muy extendida entre los indígenas centroamericanos y de Panamá basada en la creencia de que así absorbían la sabiduría o la fuerza del vencido. Con irrisión se vistieron con las ropas de los misioneros y despedazaron los cálices, y otros ornamentos litúrgicos, convirtiéndolos en pendientes para la nariz y las orejas.

            Durante los siguientes diez años no volvieron a aparecer misioneros por la Taguzgalpa, pero en 1622 llegó para evangelizar el fraile andaluz Cristóbal Martínez junto con otros dos frailes. Pero en 1623 fueron asesinados por los indios Albatuinas, una tribu del interior de Olancho. Debido al temor a que estos terribles episodios se repitieran se suspendieron las misiones.

 

PANEL 4 (J) ESTRATEGIAS PARA LAS REDUCCIONES

 

PRIMERA ESTRATEGIA: EVANGELIZAR

            Las misiones tenían el propósito de congregar (o “reducir”) a los indígenas en poblados, generalmente situados a mucha distancia de sus lugares de origen. Al recogerlos en un solo sitio, se hacía más fácil aprovecharlos como mano de obra barata en la minería u otras actividades productivas, o hacerles tributar, pero también se hacía más fácil la tarea de aculturarlos, es decir hispanizarlos, y adoctrinarlos en la fe cristiana. Todo eso formaba parte del mismo plan.

            Pero estos objetivos tuvieron grandes dificultades. La mayoría de los indígenas se resistían a abandonar sus tierras donde tenían sus propios cultivos, su querencia y sus ídolos, y además realizaban frecuentes y virulentos ataques contra los centros poblados por españoles.  De esa manera, luego de  muchos años de haber estado virtualmente paralizadas las misiones, se optó por endurecer la política de las reducciones, y a partir de 1661 empezaron a organizarse  incursiones armadas a cargo del capitán ganadero Bartolomé de Escoto, un criollo  olanchano. Su tarea consistía en ir a la caza de indios en las montañas para llevarlos arrastrados a las reducciones, donde los entregaba al doctrinero. Pero como después de congregados los indios éstos seguían escapándose de las reducciones, se agregó la práctica de introducir en ellas a familias de mestizos y mulatos con funciones policíacas para reprimir a los fugitivos y evitar fugas.

 

CAMBIO DE ESTRATEGIA: REDUCIR POR LA FUERZA

            Sin embargo tampoco esto fue suficiente, y en 1685 los indios de las reducciones del valle de Olancho atacaron las misiones. Tras este ataque, fue el propio Custodio y Misionero Apostólico para la Conversión de los Indios Infieles de Honduras, fray Antonio Bersain, quien propuso, o bien abandonar las misiones, o establecer en medio de ellas una plaza de armas para protegerse de los ataques indígenas. En 1699, otro desencantado misionero, fray Pedro de la Concepción, al ver el poco éxito de las misiones, proponía como la mejor solución conquistar a los indios “por la fuerza de las armas [...] y fundar en medio de estos ríos y montañas una grande y bien armada villa”, para buscar “al que se huyere, castigando al que lo mereciere”.

 

PROPAGANDA FIDE ENTRA EN ACCIÓN

            En el siglo XVIII la situación no mejoró y, al igual que en otras partes de América, fueron poco exitosos los esfuerzos de los franciscanos recoletos del Colegio de Propaganda Fide de Guatemala (fundado por Antonio Margil en 1701), que asume la evangelización deTaguzgalpa. Los indios siguieron fugándose o atacando y las incursiones armadas para sacarlos de las montañas continuaron. Fue una política más de fuerza que de persuasión. En 1741, fray Pedro de Alcántara, Presidente de las Conversiones de Indios Xixaques reconocía desilusionado: “Siempre he hallado en ellos una total renuencia a recibir la fe católica”.  El mejor camino para conseguir su evangelización, agregaba, era sacarlos por la fuerza de las montañas. Era una política ya tradicional que nunca había dado buenos resultados, ni nunca los tendría.

            Según un destacado historiador, refiriéndose a la evangelización de los jicaques a fines del XVIII, “no acuden a la reducción y, lo que es peor, habían llegado a temer y a odiar a los misioneros. La causa radicaba en los métodos empleados por los misioneros de entrar a sacarlos con soldados y reducirlos por la fuerza”. Así, en 1804, el Gobernador Intendente Ramón de Anguiano escribe en su célebre informe de 1804, que los religiosos, “con el terror que habían infundido en tiempos pasados las escoltas, eran odiados de los infieles que decían: no está bueno padre color garrapata”, en alusión a su sayo ceniciento.

 

PANEL 4 (K) FRACASO DE LAS MISIONES

            Al igual que sucedió en otras partes de América, en Honduras las misiones resultaron a la larga un fracaso. La gran mayoría de los poblados que se fundaban tenían una duración efímera y eran abandonados por los indios, y los misioneros debían  tratar de repoblarlos  o de  fusionarlos  con otros que se habían tratado de establecer también sin éxito.

            Sea por el inadecuado método empleado por los religiosos para conseguir la conversión de los indios, o por la resistencia de éstos a que se les cambiara tan radicalmente su modo de vida (se les prohibía hacer la guerra con otros pueblos rivales, la poligamia, adquirir esclavos para que les sirvieran en vida y en el más allá, o se les obligaba a aprender las técnicas agrícolas y ganaderas españolas que ellos desconocían, a abandonar todo su sistema de creencias y a renunciar a sus ídolos, y los religiosos les trastornaban su sistema jerárquico de poder, todo lo cual debía resultarles demasiado violento o intolerable), el hecho es que varias comunidades se revelaron violentamente,  asesinando cruelmente a los misioneros y quemando con saña las iglesias y los ornamentos litúrgicos,  o más frecuentemente escapando en masa de las misiones.  Por iguales o parecidas razones hicieron lo mismo en muchas otras partes de América.

            Frustrados por el fracaso de su esfuerzo misional, algunos religiosos abandonaban su misión descorazonados, y los indígenas regresaban a sus lugares de origen sin haberse hispanizado y apenas haber aprendido apenas algo del catecismo cristiano. Lo mismo sucedió en otras partes de la América española. Así sucedía en la Tologalpa, en Nicaragua, en la Talamanca en Costa Rica, en Darién, al este de Panamá, dominado por los indios Cunas, y en Santa Marta, Colombia, donde España no pudo someter a los Guajiros.

            El resultado es que para el siglo XVIII, un gran número de indígenas vivía al margen del sistema colonial y seguían siendo neófitos y gentiles. Para todo Centroamérica se ha calculado que la población indígena fuera del control estatal representaba una tercera parte de todo el territorio. En cuanto a Taguzgalpa, un tercio del territorio hondureño, nunca pudo ser controlado por España, y en 1821 los zambos misquitos continúan atacando zonas fronterizas llegando a amenazar incluso a Trujillo y Yoro. En 1805 los misquitos de Tologalpa asaltaban lugares tan distantes como el real de minas de Santa Fe, en las montañas centrales de Panamá.