Hasta antes de 1492, El Caribe y la Tierra Firme eran dos mundos presentidos, aunque no en su verdadera forma. En el imaginario español, El Caribe lo formaban unas islas legendarias del Medioevo, que estaban en el Mar Tenebroso, más allá de lo hasta entonces conocido. La Tierra Firme no era ni más ni menos que la costa oriental de Asia, pero había varias: la del Catai o China, aquel país de los millones de todo, donde había estado Marco Polo, y la de la India, de donde se suponía que venía la especiería.

El primer contacto de los europeos con las costas de Centroamérica y por ende con los aborígenes tuvo lugar en 1502 durante el cuarto viaje de Colón, en una pequeña flota que rápidamente alcanzó las Islas de la Bahía, cerca de la costa de Honduras; desde estas islas, Colón navegó a lo largo de la costa del Golfo hasta el cabo Gracias a Dios, bordeando la costa caribe de Nicaragua y Costa Rica; a los pocos días, Colón continuó el viaje a lo largo de la costa de Panamá. 

De los muchos descubridores que incursiona por estas costas, destacan dos a los que se ha erigido infinidad de estatuas mirando siempre hacia un lejano mar: Colón y Balboa. Marino y comerciante el primero, infante y conquistador el segundo. Ambos se complementaron, ya que Colón fue el primero que surcó la Mar del Norte con dirección a poniente, hasta topar con una tierra que le cerró el camino a Asia, y Balboa descubrió la Mar del Sur, siendo el primero que navegó en ella, representando así la continuidad en el hallazgo de la ruta marítima a aquel continente.