La década del ‘50 marca una nueva era en las relaciones de poder, la dictadura se había agotado como modelo de control político, la clase trabajadora resurgía con un fervoroso ímpetu en pro de reivindicaciones y la necesidad de mayor apertura democrática que permitiera consolidar sus organizaciones; en el país se vivieron los signos de un nuevo contexto que propició la coyuntura para un intenso proceso de legitimación social e institucional que la dictadura había enterrado, con esto no se está planteando que se abrieron las puertas del cielo porque, si bien es cierto, en esta década se creó un clima de mayor apertura democrática, no significó que bajo el Gobierno de Gálvez y el de Julio Lozano Díaz después, las contradicciones el poder y la sociedad hondureña liderada por la clase trabajadora hayan desaparecido, al contrario, se agudizaron, sólo he querido significar que esas contradicciones se fueron resolviendo en un ambiente favorable a la modernización del Estado y específicamente favorable para la organización, emancipación y conquistas sociales de la clase trabajadora.
La época de los ‘50 fue una época en que la modernidad tocó las puertas del arte y la literatura, no es casual que en la historia de la literatura se hable con tanto respeto de la generación de los ’50 ya que ésta revolucionó las letras hondureñas, esta época generó el espacio social y político que nos permite hablar de la generación artística de las bienales de arte. La historia nos propuso una genuina articulación entre procesos políticos y renovaciones estéticas, La Escuela Nacional de Bellas Artes se insertó en esta dinámica organizando la participación de artistas hondureños en las tres ediciones de las bienales hispanoamericanas de arte.
